Cuento: cuentos de Eva Luna de Isabel Allende

nivel C1        

 

 

                  

¿Porqué si  reaccionamos de una manera inhabitual sentimos que tenemos  ventaja sobre el otro? ¿Clarisa finge o es natural ?

 

Cuentos de Eva Luna Isabel Allende

 

Clarisa

Clarisa se casó con él porque fue el primero que se lo pidió, y a sus padres les pareció que un juez era el mejor partido posible. Ella dejó el sobrio bienestar del hogar paterno y se acomodó a la avaricia y la vulgaridad de su marido, sin pretender una  fortuna mejor. La única vez que se  le oyó un comentario nostálgico por los refinamientos del pasado, fue a propósito de un  piano de cola con el cual se deleitaba de niña. Así nos enteramos de la afición por la música y mucho mas tarde, cuando ya era anciana, un grupo de amigos le regalamos un modesto piano. Para entonces ella había pasado casi sesenta años sin ver un teclado de cerca, pero se sentó en el taburete, y tocó de memoria y sin la menor vacilación un nocturno de Chopin.
Clarisa poseía una ilimitada comprensión por las debilidades humanas. Una noche, cuando ya era una anciana de pelo blanco, se encontraba cosiendo en su cuarto cuando escuchó ruidos desusados en la casa. Se levantó para averiguar de que se trataba, pero no alcanzó a salir, porque en  la puerta se tropezó de frente con un hombre que le puso un cuchillo en el cuello.
– Silencio, puta, o te despacho de un sólo corte – la amenazó.
– No es aquí, hijo. Las damas de la noche están al otro lado de la calle, donde tienen música.
– No te burles, esto es un asalto.
– ¿Cómo dices? -sonrió incrédula Clarisa- ¿Y qué me vas a robar a mi?
– Siéntate en esa silla,voy a amarrarte.
– De ninguna manera, hijo, puedo ser tu madre, no me faltes el respeto.
– ¡ Siéntate !
– No grites, porque vas a asustar a mi marido, que está delicado de salud.Y  de paso guarda ese cuchillo, que puedes herir a alguien -dijo Clarisa.
– Oiga, señora, yo vine a robar -masculló el asaltante desconcertado.
-No, esto no es un robo.Yo no  voy a dejar que cometas un pecado Te voy a dar dinero por mi propia voluntad. No me lo estarás quitando, te lo estoy dando. ¿Esta claro? -fue a su cartera y sacó lo que quedaba para el resto de la semana- No tengo mas. Somos una familia bastante pobre, como ves. Acompáñame a la cocina, voy a poner la tetera.
El hombre se guardó el cuchillo y la siguió con los billetes en la mano. Clarisa preparó té para ambos, sirvió las últimas galletas que le quedaban y lo invitó a sentarse en la sala.
– ¿De dónde sacó la peregrina idea de robarle a esta vieja?
El ladrón le contó que la había observado durante días, sabía que vivía sola y pensó que en aquel caserón había algo que llevarse. Ése era el primer asalto, dijo, tenía cuatro hijos, estaba sin trabajo y no poda llegar otra vez con las manos vacías. Ella le hizo ver que el riesgo era demasiado grande, no sólo podían llevarlo preso, sino que podía condenarse al infierno, aunque en verdad ella dudaba que Dios fuera a castigarlo con tanto rigor, a lo más iría a parar al purgatorio, siempre que se arrepintiera y no volviera a hacerlo, por supuesto. Le ofreció incorporarlo a la lista de sus protegidos y le prometió que no le acusaría a las autoridades. Se despidieron con un par de besos en las mejillas. En los diez años siguientes, hasta la muerte de Clarisa, el hombre le enviaba por correo, un pequeño regalo en cada navidad.

Adaptación del cuento y clase creada por Andrea Gavio

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